miércoles, 14 de noviembre de 2012

PRIMERA PUNTATA: UN EQUIPO EN CONSTRUCCIÓN

Paciencia a los aficionados, que el equipo acabará explotando. Ese es el mensaje que trata de transmitir el Cádiz de los despachos y un par de pisos más abajo el del chándal y los Tórtola que están a ras de césped. El Gagamilano mecánico jubilará por fin a nuestro sufrido submarino amarillo en la memoria colectiva de las gestas cadistas que pasaron a los anales, o les dieron a otros rivales por el ídem en rocordadas contiendas. Al menos esa es la intención de los que han tomado el timón de la nave. De momento la máquina de hacer fútbol se asemeja más bien a una empanada de chocos en amarillo. Caótica a la hora de meterle mano e inconsistente y de apariencia inacabada. No hay por donde agarrarla y se descuajaringa en cuanto le atacan, en definitiva, una auténtica pesadilla al más puro estilo Halloween en su afección moraso de entresemana, resaca incluida.

 
El equipo se ha mimetizado con el estado vital de la ciudad: "Cádiz trimilenaria y bicentenaria, la tierra de las obras eternas, se sacude el polvo y se tapa los oídos por las taladradoras". Se ha convertido en un reflejo de ella a escala 104x65. El AVE, el puente, la plaza Sevilla, el Estadio... y, por contagio, el plantel,  han sido víctimas del extraño síndrome de La Pepa, un mal endémico gaditano  que condena al afectado a dejar para pasado lo que se puede hacer mañana.
 
Calles aldedañas cortadas, vallas, zanjas y escavadoras arruinan el otrora idílico paisaje del Carranza, dominado en sus tiempos dorados por el amarillo de los hinchas unidos en solidaria botellona y el estridente ruído de los trompetones porculeros, el hilo musical que anunciaba la buena nueva de la jornada futbolística venidera. Comprar una entrada ahora es misión casi imposible a prueba de voinas verdes. Antes de llegar a ventanilla hay que sortear boquetes, escalar escarpados taludes y aguantar colas eternas aunque solo haya uno delante. A este Grand Prix a prueba de aficionados solo le falta Ramón García, la vaquilla, y los cuatro tíos con cara de tonto vestidos de bolos de Villarriba de la Cuesta apadrinados por Fernando Romay para parecer un campo con empaque a la altura de la historia del club.

Hasta ahora, el Doce, (qué gran Trofeo iba a ser) sus fanfarrias, su pompa y su boato y ese idílico sueño de llegar a Primera a precio de rebajas, con inversiones y gestores a coste de saldo, cuenta sus promesas por fracasos. Y lo peor, mina como la pólvora la moral de los que le dieron sentido al cadismo, el verdadero DOCE, los que están ahí domingo tras domingo aguantando carros y carretas, viendo como cada año por cada alegría llegan diez desencantos porque las cosas no se hacen con un mínimo de cordura.
 
Es el precio que tiene que pagar una ciudad de tiesos, de gente humilde y sin emprendedores serios de taco gordo para seguir con esta penitencia de rasca y pica que sigue siendo ser cadista. Cádiz está obligado a dejar su Club al criterio del empresario mesiánico de turno que nos embauca con llevarnos a la tierra prometida por autopista sin pagar peaje. Hasta ahora solo han llegado falsos predicadores que toman lo poco que sacan del cepillo y salen corriendo. Esperemos que algún iluminado de buena fe, ojalá sea este el año bueno, haga que la cosa cambie y salgamos de este purgatorio por nuestro bien y el de toda nuestra Santa parroquia.

Y todo esto, no hay que engañarse, no es más que la consecuencia palmaria de un hecho constatado, que diría el fiscal de la operación Malaya. Desde hace varios años, el Cádiz ha entrado en bucle. Los hechos se repiten machaconamente sin que nada ni nadie logre sacar del pozo a la institución. Temporada nueva, dueño nuevo, plantilla nueva, nuevo carajazo deportivo y el bús del ascenso cogiendo polvo en el garaje... y así hasta hoy.  Este año parece que la película vuelve a repetirse. Aunque todavía queda margen para la gesta y es pronto para sacar conclusiones definitivas, la cosa no va por buen camino. La plantilla se empezó tarde y a retazos, como un disfraz de sábado de carnaval. Haciendo el paralelopípedo futbolístico de don Carnal a veces ese sábado se pega el pelotazo y otras se la pega uno porque han echao la reja pallá diez metros y el sujeto no pasa ni de la puerta de la carpa, la liguilla de ascenso en este caso. Es triste ver como una grada siempre bulliciosa se ha convertido ahora en una fábrica de pitidos. La parroquia ya está cansada de sobresaltos, el apoyo tiene un límite, y no tiende a infinito, tiende a echar la baraja como la historia se repita antes incluso de que el Estadio esté completamente terminado y niquelado.

El Carranza va a quedar fantástico cuando esté listo del todo, una monería seguro. La cuestión es saber si  para entonces  seguirá siendo el recinto deportivo del Cádiz con oficinas de adorno, un turístico hotel a pie de playa o la nueva meca de la fe mormona. Mientras todo eso se define, la última fase, la tribuna, bautizada como el tanatorio por los expertos en arquitectura más revisionistas, ha dejado una calle libre de tráfico y de ruidos, ideal para que los canes del barrio muevan sus cojoncillos al libre albedrío mientras trotan contentos, escoltando a sus amos, que le espetan a que hagan sus deposiciones por esa zona, que en el Estadio no hace falta recoger la caquita porque allí la están cagando continuamente.
 
Iniciamos una colecta de ideas, sugerencias e impresiones sobre cómo debería construirse el Cádiz CF del posbicentenario en nuestra sección de comentarios, y también de propuestas para que el equipo esté a la altura de su afición, lo único de Primera del actual patrimonio del Club. Venga ome, participa y echa el ratito, es gratis.



1 comentario:

  1. Estamos en un pozo del que es difícil salir. O encontramos un jeque o de aquí a nada juegan los del Cádiz B... aunque a lo mejor esta sería la solución, borrarlo todo y empezar de nuevo. Qué pena un Estadio en el que se han gastado tantísimos millones y que se vea tanto cemento, y lo pero, tan pocas expectativa. Ojalá cambie esto, la afición se merece mucho más de lo que recibe.

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