Ni disparo al poste, ni paradón de Aulestia, ni el pantalón ceñidito del Agné. Esta que ven fue la imagen más impactante del pasado partido en Carranza. Un joven luciendo este deleznable modelito de ropa interior apoyado en la barandilla del vomitorio superior de fondo norte, como si con él no fuera la película, en un claro gesto de provocación hacia la grada. Los pantalones medio caídos de este hincha exhibicionista dejaban entrever unos infames calzones azules con escenas animadas, un vestuario impropio de un aficionado que presume de ser cadista. Afortunadamente, el público no cayó en la insidia y se limitó a poner cara esmorecía de chupar un limón cuando se percató de lo que estaba ocurriendo.
La escena no es un simple hecho aislado, pone de manifiesto la alarmante pérdida de los usos y costumbres del buen aficionado cadista que se está produciendo en los últimos tiempos. Los boxers y los llamativos slips actuales de importación, diseñados para restar protagonismo al tejano, están acabando con la tradicional indumentaria íntima que ha lucido el cadismo desde siempre. Todo el mundo sabe que al Cádiz se viene de toda la vida con unas muditas blancas Abanderado de algodón del mercado del piojito con taleguilla reforzando sálvese la parte.
El sector crítico ya se ha apresurado a asegurar que la escena es fruto de una maniobra de distracción de la directiva para que los hinchas estén más pendientes de la grada que de lo que pasa en el campo, una maniobra inútil por otra parte. Por encima del equipo, esta temporada lo que más admiración despierta en el abonado es la increíble condición de la que hace gala el preparador físico, más en forma que muchos jugadores, y, lo que es peor, tristemente se ve más fútbol en las pachanguitas del descanso que durante los 90 minutos de juego.