Aquellos maravillosos desplazamientos que tanto dieron que hablar se están perdiendo. La gente quiere, ganas no faltan, pero la crisis y el equipo quitan la ilusión y acaban por dejar el autobús aparcado en el garaje cogiendo polvo. Estos campos de ahora de la Segunda B de nombres impronunciables no invitan al esfuerzo, ni a madrugar, ni a empalmar marcha nocturna con marcha en autocar. Solo unos pocos se atreven, auténticos héroes que se merecen todo el reconocimiento y van por sus propios medios, las más de las veces a pasar un mal rato y a ver más patadas que fútbol. Atrás quedaron los tiempos de grandes palizas y de kilómetros y kilómetros de carretera. Para esos hinchas de antes, la mayoría jóvenes incombustibles, el rival y la distancia era lo de menos. El reclamo del cadismo era una excusa ineludible para embarcarse, subirse al autobús y que el sol saliera por Antequera.
De vuelta en las alforjas se traía la experiencia de conocer los campos históricos de España, unas buenas risas con los colegas y alguna que otra letra que surgía para cantarla al domingo siguiente en el Estadio. La mochila embarcaba casi vacía, con una mariconera bastaba. Las dietas por kilometraje se cobraban en esos momentos irrepetibles, entre ánimos, guasas, cánticos sobre ruedas y ese perfume de cigarro aliñao flotando en el ambiente de ese bús de sillones apretados con aquel conductor regordete sin olfato aparente que siempre saludaba por aclamación justo después de cruzar el puente Carranza.
Fue una época memorable. Y eso que no todo era de color de amarillo: se pasaba hambre, (sed casi nunca, no faltaba el butano o el calimocho para mantener los ánimos) frío o calor, la grada, siempre ubicados en el peor rincón del campo, a veces se volvía con un saco de goles encajados, pero el cadismo estaba por encima de todo y el resultado daba igual porque había que morir con el equipo y el equipo moría también con la afición. Ahora eso parece que se quedó en historia. El otro día en Sevilla, se atisbaron algunos brotes verdes. Hubo ambientillo. Parecía que se iba a recuperar la tradición, pero una vez más la afición se volvió con la cara partida y con el ánimo de para la próxima vez quedarse en el paseo tomando una cervecita y escuchando el partido por la radio con el Teo y el marcapasos puesto. Corren malos tiempos para los desplazamientos, pero esto no va a ser así siempre. La marea amarilla volverá a inundar los campos de España con la bandera del cadismo. Esperemos que más pronto que tarde. La afición necesita muy poco para que se vuelva a encender la mecha, aunque por desgracia el club a día de hoy tiene la pólvora demasiado mojada.