Corrían tiempos de bonanza, y sin embargo, en una tertulia de sobremesa, un analista de barra fija hablando sobre economía se atrevió a decir: "Esto es un disparate. Estamos tirando el dinero, esto va a pegar un peo de incalculables consecuencias". Sus argumentos eran casi incontestables; la gente asentía, pero al mismo tiempo se escondía bajo el whisky cola esperando que la borrasca que se avecinaba por el Atlántico rulara hacia otra parte. Pues no, la borrasca llegó y nos puso la jeta y el bolsillo del revés.
Lo tedioso del juego y la falta de emoción obliga al público a distraerse en la grada haciendo fotos tan ridículas y patéticas como esta |
Dicen que el fútbol es como una lotería, que la pelota es caprichosa y todo depende de si entra o no entra. Pero para tener fortuna al menos hay que comprar boletos y eso hasta ahora no se ha hecho: no se llega a la portería rival, el pie no se mete con firmeza, nadie coge el sitio, los jugadores juegan con el palomino fruncido a la calzona y ya van dos entrenadores que no dan con la tecla. Así es imposible que toque nada. Ahora llega un técnico nuevo, Raúl Agné, el último antídoto contra la dermatitis futbolística que padece la plantilla y que les hace acabar con la cara colorada y pintada por el rival un partido sí, y otro también.
Muchos llaman a la protesta masiva, pero de nada sirven ya las pitadas. Tanto berrinche forbolero acumulado ha acabado hasta con las ganas de indignarse. Ahora toca de nuevo agarrarse a la grada, dar el enéismo voto de confianza al equipo porque no queda otra y esperar a que por fin se salga del boquete. La gente pide un mínimo argumento para mantener una leve ilusión para ir al campo. Quiere seguir creyendo y se agarra a que la mediocridad de la categoría, el nivel de los rivales y el mercado de invierno admite aún una remontada. Estamos en mitad de la encrucijada. Si el equipo baja a Tercera, a jugar en el Manuel Irigoyen y el Carranza pa los mormones. Si llega a Liguilla, bien, porque nos la deben del año pasado. Pase lo que pase, siempre del Cádiz. Y la botella del cadismo, siempre medio llena de ilusión amarilla y azul porque el cadismo es lo último que se pierde.
Se rumorea en la grada que el bar del submarino amarillo va a cerrar y en su lugar se va a montar una mercería... Vamos Cádiz, palante
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